TANGANA Y DERROTA ANTE LA PUEBLA DE ALFINDÉN 1-2
Aloma Rodríguez, autora de ‘París tres? (Xordica, 2007) estuvo el sábado en el campo del San Lorenzo, donde ocurrió lo inesperado. El Garrapinillos juvenil se enfrentaba a La Puebla de Alfindén, y el choque terminó como el rosario de la aurora: el árbitro expulsó a cuatro jugadores locales y se produjo una auténtica tangana. Esta es la narración de Aloma.
GARRAPINILLOS, 1-LA PUEBLA, 2
CUATRO EXPULSADOS LOCALES Y TANGANA
Por Aloma RODRÍGUEZ
Mis hermanos pequeños siempre me habían reprochado que no iba a verles a los partidos y ellos, en cambio, habían ido a ver los espectáculos en los que yo salía y habían estado en las presentaciones del libro. Jugaban en equipos diferentes, en categorías diferentes hasta este año. Recuerdo que una vez, llevé a Jorge a un entrenamiento, cerca de la Azucarera. Mi abuela también iba en el coche y se sentía segura conmigo al volante. Este año, por fin, juegan los dos en el mismo equipo. Y mi padre es el entrenador. Y yo soy forofa del Garrapinillos. No sólo porque jueguen mis hermanos y entrene mi padre, sino porque han hecho una gran campaña: hasta hace tres semanas, llevaban siete partidos consecutivos ganados. Al principio, iba a hacer fotos. Pero me metía demasiado en el partido y en las mejores jugadas me descubría con los brazos levantados y animando en lugar de disparando. He visto sacar los córners como nadie a Jorge, crear jugadas de la nada a Diego, dedicar los goles a su madre a Serna, pararse un penalti a Gayoso, marcar a Pirri, a Miguel, a Álex y pegarle al balón como nadie a Mario Calvera. También he visto defender a Marcos, Alfredo y Velilla, jugar por la banda a Diego Cali y asumir la defensa de los palos a Juan.
El sábado jugaban contra La Puebla de Alfindén y en el minuto 20 ya habían expulsado a dos jugadores del Garrapinillos. Jugábamos en casa. Mario Calvera marcó el penalti que daba la ventaja al equipo local. En la segunda parte, el árbitro parecía decidido a vengarse del equipo local: el Club había interpuesto un recurso para prohibirle arbitrar sus partidos.
Con nueve jugadores en el campo, el Garrapinillos estaba haciendo un partido épico: defendía, creaba juego y dominaba el partido. Sin embargo, los ánimos se iban calentando y los chavales cada vez estaban más enfadados con el arbitraje. Pitó una cesión cuando no lo era y el equipo visitante falló una falta dentro del área. Expulsó a un tercer jugador del Garrapinillos y se quedaron con ocho. Ni siquiera así, podían hacerse con el partido los de La Puebla. El empate vino tras una jugada rarísima en la que se pitó otra falta dentro del área por perder tiempo en el saque de puerta. El equipo local se vino abajo. Cuando el equipo visitante marcó el dos a uno en un claro fuera de juego, la afición estalló en gritos e insultos al árbitro. Quizá fue eso lo que le hiciera expulsar al cuarto jugador del Garrapinillos, que se enfadó tanto que apartó la tarjeta roja de un manotazo. Ese fue el fin del partido. El presidente del Club saltó al campo, para suspender el partido. Los expulsados fueron hacia el árbitro, seguidos por una parte de la afición. Se encararon con el árbitro que tuvo que salir del recinto escoltado por el presidente y el entrenador, mi padre. Yo me quedé paralizada, incapaz de tomar una foto de la tangana que se había formado. Barreiros intentaba contener a los jugadores, que mientras iban hacia el vestuario recibieron insultos y escupitajos del equipo visitante. Golpearon la puerta del vestuario contrario y un señor recibió un puñetazo. Mi padre respondía a las súplicas de unos de sus jugadores que, llorando de rabia e impotencia, le pedía que le dejara pegar al árbitro. Por fin, se calmaron los ánimos, y fueron a las duchas. La Guardia Civil estaba en camino.
El árbitro se fue tras rellenar el acta, “ser árbitro también es aprender a redactar”, dijo. Y saber ser la autoridad en el campo y no dejar que la situación se desborde. Se fue sin entender que, aunque la violencia no está justificada nunca y la reacción de los chavales había sido completamente reprochable, su arbitraje había sido una provocación.
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